A la protegida de la serpiente preciosa

POR Joaquín Trejo
/ Ene, 2025

En nuestra linea de tiempo,

somos solo pasado.

El presente, brevísimo,

y el futuro, incierto.

Prisioneros de este presente mutante,

miramos de frente a nuestro pasado, obsesivos.

Lo hurgamos, lo recreamos, lo reinventamos,

mientras a nuestras espaldas espera,

insondable, oscuro, eterno: el futuro.

Mi abuela y mi madre vivieron inmersas en una cultura mística-mágica, donde reverberaban los lamentos distantes de la Cihuacoatl-Chokani presagiando la pérdida de sus hijos. Mi niñez la cobijó su matriarcado poderoso, entre aromas de frijoles en hervor y rebozos grises de nuestra abuela. El centro de veneración de una familia que cultivó la tierra con sus propias manos. Crecí en esa realidad mágica, con un ojo de venado en lugar de un crucifijo, con un hilo rojo ensalivado en la frente, sabiendo que todos tenemos un nahual, cuyo descubrimiento lo hacía el abuelo, identificando las huellas del animal que te visitaba el día que naciste.

tonadura y bordados de plata, montados en corceles azabache, más oscuros que la noche en que se aparecían, con ojos flamígeros, destellantes, donde podía vislumbrarse el destino de los codiciosos.

Entre historias de Ánimas dolientes, llevando cadenas a rastras, en noches calladas de plenilunada… azules como ninguna.

Quizá estoy tan enraizado en esta tierra mexica porque mi abuela enterró mi ombligo no muy lejos del Huizachtepetl, en Iztapalapa… El señorío Colhua gobernado por el huey tlahtoani Cuitláhuac, héroe que derrotó y humilló a Cortés, y a quien sólo la viruela pudo vencer. El cerro de los huizaches, árboles espinosos que suministraban la tinta negra, que tantas historias trágicas ha escrito sobre esta nación, el mismo donde se realizaba, cada 52 años,  la ceremonia del fuego nuevo para todo el Cemanahuac.

Mi ascendencia es de migrantes de un pueblo otomí, limítrofe con el imperio purépecha, lejano en el tiempo y el espacio de los reinos clásicos de la serpiente-quetzal, donde la presencia de este portento era también muy poderosa y se reconocían las atribuciones divinas para los cuates y los rayados.

Con una madre gemela -o cuata, en el nahuatlismo derivado de coatl– aprendimos que la naturaleza le había concedido un don para curar los malos aires, los empachos, los sustos y el mal de ojo…  Pero sobre todo, para presentir quién tenía un yollotl benevolente o malintencionado. Sin embargo, entonces, desconocíamos que tal facultad emanaba de una gracia conferida por el gemelo precioso; Nuestro señor Quetzalcoatl.

Ella, madre, serpiente, dragona bajo su égida, nos heredó la fascinación por el poderoso arquetipo del dragón ofidio, la serpiente de quetzal, la serpiente preciosa.