Artificialia

POR Joaquín Trejo
/ Ene, 2025
De ars vulgaris

La sección de Artificialia es la más frecuente. Ya que abarca todo producto de manufactura humana, por ejemplo, las colecciones italianas de la Roma renacentista son emblemáticas. En la ciudad se acumulaban tantos bustos como residentes, y los pudientes competían por ostentar el mayor número de piezas, enteras o fragmentadas. El prestigio dependía de la cantidad, pero el verdadero objetivo era establecer una genealogía relacionada con la Roma Imperial, y había quien invertía mucho para inventar un linaje con un ancestro romano de renombre.

Este tipo de sección es el origen de los museos nacionales modernos como el Museo Británico o el Louvre. Aún conservan la determinación de exhibir –bajo la apariencia de cultura, ciencia y modernidad– los prejuicios de una comunidad. En los antiguos gabinetes, el hacinamiento podía sugerir un trastorno compulsivo de acumulación, pero hoy la patología es aún más crítica: los Smithsonian albergan 142 millones de piezas, el Británico 8 millones y el Louvre medio millón, todos meticulosamente documentados, clasificados y almacenados con la misma obsesión heredada del enciclopedismo.

Continuando con el repertorio. Nuestra Artificialia fue adquirida, en buena parte, sin orden ni intención, durante viajes por diversos países. Tenemos un casco francés napoleónico, armaduras medievales y barrocas con sus armas, e incluso un gladiador con toda su parafernalia. También exhibimos objetos religiosos como cruces, imágenes y reliquias como el pez del cristianismo primitivo, el plato de San Benito, y esculturas en madera de ángeles exquisitamente tallados, donde sobresalen un rostro labrado de un Cristo sufriente y un San Andrés esculpido por aborígenes de Brasil.

En esta colección hay esculturas de cartapesta, madera, cerámica, vidrio o metal, incluyendo representaciones de cuerpos femeninos: bustos, torsos, cabezas, manos, pies y numerosas alas. Destacan fundiciones de un centinela montado en una varilla vigilando la puerta principal, un ángel saltando un orbe y dos trapecistas en vuelo. También resalta un tzompantli en aluminio y, custodiando la entrada de la biblioteca, dos duendes ostentando la máscara de la soberbia.

Continúa la diversidad con muchas piezas mesoamericanas de distintas regiones, temas y materiales, así como objetos de culturas como las sumerias, hindúes, romanas y chinas, incluyendo un trío de guerreros de Xi’an obtenidos del Museo Real de Toronto. La joya de la corona es un fresco representando a un pescador de la cultura minoica, una de las primeras piezas del acervo.

En cuanto al bestiario, Artificialia conforma un zoológico peculiar con elefantes, caballos, leones, lobos, hipopótamos, jirafas, rinocerontes, cerdos, ardillas, ranas y otros. Destaca un pulpo plateado traído del Museo de Historia Natural de Harvard.

El conjunto se enriquece con mobiliario distintivo, como una laureada mesa de cantera con máscaras de indígenas, columnas, dinteles y floreros. También se agregan objetos que, en su pluralidad, amplían nuestra excentricidad.

Para cerrar, mencionemos a nuestros autómatas en forma de dragones que comparten este espacio mágico con una pareja de monstruos alados, un perro, un delicado pez y un maravilloso Pegaso montado sobre una caja que sin duda albergó el mecanismo que algún día lo animó. Finalmente, un péndulo que como un oráculo responde nuestras preguntas.

Con todos estos elementos reunidos en la sección de Artificialia, se traza una crónica de la acumulación y preservación de objetos significativos a lo largo del tiempo, revelando el intento humano de conectar con su pasado e identidad, creando un diálogo a través de la historia y la cultura en medio de una colección tan rica como ecléctica.