El rostro, como una metáfora, es el representante de la persona. Una persona es propietaria de un cuerpo que porta aquella cara cuya fisonomía y gesticulación nos permiten intuir ese universo interior, oculto a toda mirada, que alguna vez se llamó animus, situado en el corazón, y hoy identificamos como la personalidad dinámica. De hecho, «animus es un vocablo de origen latino que significa el ánimo, el alma, el espíritu que hace discurrir y moverse; de igual forma equivale a valor, corazón, esfuerzo, brío, ardimiento, fortaleza, voluntad, deseo».
Aun así, el inicio de la relación entre los conceptos de máscara y de persona es aún materia de especulación, pero se acepta su origen en dos términos: prosopon, que significa llanamente «en frente del rostro» o máscara en griego, y facies persona, que de manera literal en latín sería «cara que mete mucho ruido». Este último término se recortó a per sonus, per sonare o «sonar a través de», con un sentido más preciso, puesto que la máscara, al igual que una bocina, se construía para dar un efecto resonante a la palabra, a la voz del actor, a la persona, que recreaba un rol, en ese microcosmos llamado teatro.
No es casual entonces que en el difrasismo nahuatlaco in ixtli in yollotl, «rostro y corazón» haya coincidencias con las definiciones clásicas de persona. De la misma manera que en el animus, el «corazón» lleva significados muy similares al concepto mexicano pero, además, se yuxtapone el concepto de «rostro», que en conjunto sería aquella personalidad dinámica del sujeto que porta la máscara. Y que, en los discursos, se refería al que ha tomado la palabra.
Resulta fascinante cómo aquellos sabios del Anáhuac unieron rostro, corazón y palabra; un paso más o quizá un salto. Es de considerar que desde el ser humano arcaico hasta nuestros días, la palabra ha tenido una prominencia singular, siendo el principal medio para la transmisión del conocimiento… de rostro en rostro, cara a cara. La continuación de la evolución natural a la cultural se dio cuando una máscara educa a muchas otras… de yollotl a yollotl a través del in tlatolli, la palabra.
En este texto, se cuestiona la visión de una careta para cada rostro. Tal vez tenemos una única, correspondiente con la presente etapa de nuestra vida, para mostrar diferentes voces, gestos y actitudes frente a distintas personas y situaciones. Es la máscara que enfrentamos en el espejo, por las mañanas, y que puede desde besar con ternura a los seres amados, hasta fruncir el ceño o vociferar una protesta.
Sin embargo, podría ser también que existan otras máscaras, soterradas en el inconsciente, de la persona que fuimos en el pasado. Intuimos su existencia porque, entre la bruma de los sueños, las vimos reflejadas en el espejo negro. Y quizás, ante una futura tragedia, nuestra persona se vuelva oscura, tal como le sucedió a Medusa tras cambiar la careta de la hermosa virgen… por la del monstruo.
Nuestra colección goza de un conjunto de máscaras, mascarones, cabezas y bustos que rebasa el centenar de piezas. Se encuentran de todo tipo: muchas mexicanas, también bastantes clásicas, de muchos lugares, incluyendo aquellas exhibidas en exposiciones de otros países y otras realizadas bajo solicitud. Todas ellas portan una historia digna de recordarse. Desde la máscara de Tezcatlipoca que, de manera incomprensible, destruyó el trabajo de nuestro artista para forzar la creación de la máscara de Quetzalcóatl en un intento de recrear el equilibrio del universo mesoamericano, hasta la máscara Hannya de la bruja, nacida para conjurar cualquier maleficio después de un encuentro accidental con algún lugar de magia negra. Destacan las medusas, las de cerdos y del dottore della peste. Particulares son las cabezas frenológicas, o el busto intervenido de Porfirio Díaz, recordatorio de que todo padre de la patria terminará siendo nuestro peor padrastro.
Todas las máscaras, mascarones y bustos de la colección Coatepantli tienen una significación oculta. Quién sabe, podrían ser estas un medio para exorcizar aquel rostro que alguna vez nos encontró reflejado en el espejo negro.