En la historia de la cartografía, los globos terráqueos han estado presentes casi desde el inicio, desempeñando un papel crucial en la representación de nuestra concepción del mundo. La esfericidad de la tierra, aceptada entre los griegos, fue deducida por Aristóteles al observar los eclipses lunares, y posteriormente demostrada por Eratóstenes en Alejandría. Llevando esta comprensión un paso más allá, Crates de Mallus en el siglo II a.C., fabricó lo que se considera el primer globo terráqueo. Esta familiaridad con los globos también se extendió a los romanos, como lo demuestra el atlas del cardenal Farnesio, sosteniendo un impresionante globo celeste adornado con constelaciones y signos zodiacales.
A pesar de la creencia popular, en el medievo era bien sabido que la tierra era esférica; la idea de que se creía en una tierra plana es simplemente un mito. Lo que sí desconcierta es la ausencia de globos terráqueos de esa época, ya que, aunque había mapas, ningún globo sobrevive de este periodo. Los ejemplares más antiguos que se conservan datan del Renacimiento. Destaca uno fabricado en un huevo de avestruz, atribuido a Leonardo da Vinci, que tiene el honor de ser el primer globo en mostrar América.
Otro globo notable de la misma época es el Hunt-Lenox, reconocido por sus similitudes con el huevo de avestruz de Da Vinci. Este, fabricado en cobre, es especialmente famoso por ser el primero en registrar la sentencia hic svnt dracones en la región de Indochina, que se traduce como «aquí están los dragones» o «aquí hay dragones». Esta advertencia, repetida en incontables mapas, era a menudo ignorada por los navegantes temerarios y ambiciosos dispuestos a arriesgar sus vidas por la promesa de fama y riquezas, mostrando que el potencial botín era suficiente para desoír el aciago aviso del «hc svnt draco».
La presencia de estos dragones en los mapas y globos simbolizaba lo desconocido y peligroso, marcando regiones inexploradas o incógnitas, lugares donde los cartógrafos del pasado depositaban sus temores e indicaban las amenazas a los navegantes. A pesar del riesgo implicado, la ambición y el deseo de descubrimiento empujaban a los exploradores a desafiar estos peligros y aventurarse en lo desconocido, a menudo a costa de su propia vida. Este afán por explorar y conquistar nuevos territorios fue una constante en la era de los descubrimientos, y se reflejó en la evolución de los mapas y globos, que gradualmente reemplazaron los mitos y monstruos por un conocimiento más preciso del mundo.
La transición de globos adornados con criaturas fantásticas y advertencias ominosas a objetos de navegación más científicos y detallados ilustra el progreso humano en la comprensión del planeta. A medida que los cartógrafos acumulaban más información, los globos terráqueos se transformaron en herramientas esenciales para los navegantes y símbolos del avance del conocimiento geográfico. Al final, aunque los dragones se borraron de los mapas y los globos perdieron su misticismo, el legado de estos artefactos permanece, recordándonos la fascinante intersección entre la exploración, la mitología y la ciencia en la búsqueda humana por dominar los secretos de la tierra.