La cruz: un símbolo universal
Desde tiempos inmemoriales, la simbología ha jugado un papel crucial en la cultura humana, tan arcaica que incluso se observa una comprensión intuitiva e innata de los signos en el reino animal, tal como se evidencia cuando asocian el peligro con ciertos patrones de colores. Entre estos símbolos universales, la cruz destaca como uno de los más antiguos y espontáneos, adoptado por innumerables culturas, incluyendo la nuestra, que le asignan un profundo significado a la intersección de dos líneas.
Dentro del cristianismo, la cruz simboliza el acto supremo de sacrificio y redención. El castigo de muerte por crucifixión surgió en el Imperio Persa, 500 años antes de Cristo. La praxis nace de la creencia zoroastrista de que enterrar o incinerar a un criminal contaminaría elementos sagrados como la tierra o el fuego. Los romanos, adoptando esta forma de ejecución, la utilizaron como escarnio y escarmiento, logrando que la extrema y agonizante muerte del crucificado sirviera de ejemplo.
Por consiguiente, la cruz se consideraba un símbolo de ignominia entre los primeros cristianos, quienes preferían otros signos, como el pez, un emblema de provisión tanto física como espiritual: «el milagro de los peces». Utilizaban el acrónimo en griego de «Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador», dado que el griego era la lengua franca en los territorios orientales después de la conquista de Alejandro.
Asia mantuvo su posición como epicentro cultural, atrayendo a los apóstoles para evangelizar, inicialmente entre las comunidades griegas, árabes y egipcias. Incluso cuando Roma adoptó el cristianismo, no se recurrió a la cruz como símbolo inmediato.
El uso del crismón por parte de Constantino en su lábaro —con las letras griegas X (ji) y P (rho), que son las dos primeras del nombre de Cristo en la variante koiné del griego— marcó un paso en la evolución simbólica dentro del cristianismo. Esto ocurrió al establecerse Constantinopla en la antigua colonia griega de Bizancio, cimentando lo que sería el Imperio Romano Oriental, que perduró mil años más que el occidental.
Fue en Egipto donde el cristianismo sincretiza creencias locales, la cruz se encontró con el Ankh o cruz ansada, un poderoso talismán de la Antigüedad cuyo significado era vida eterna. Los coptos la adoptan y añaden aureolas a la imagen de los santos, imitando los discos solares de los faraones, contribuyendo a redimir la cruz de su connotación oprobiosa. Así, en el siglo V, la cruz se convirtió en el signo distintivo del cristianismo. No obstante, las primeras representaciones de la cruz no incluían al Mesías crucificado. En su lugar, el pantocrátor, semejante a un emperador hierático e impasible, dominaba el ábside de las iglesias. No fue hasta el Concilio de Nicea que se autorizaron las representaciones de Cristo en la cruz, aunque curiosamente, siempre vivo. La intención podría haber sido la de conmover a los fieles sin mostrar la muerte de Jesús. No obstante, con el paso del tiempo, comenzaron a surgir imágenes de un Jesús muerto en la cruz, cuya representación fue ganando en detalle y crudeza, llegando a su máxima expresión en las obras del pintor alemán Matthias Grünewald (1470-1528).
El corazón: un símbolo humano
En paralelo a la cruz, el corazón emergió como un símbolo humano de gran significado dentro del cristianismo. Gaston Bachelard lo considera el «símbolo preponderante» en el vasto universo de imágenes que han acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Para los egipcios, el corazón era la sede del alma, el único órgano que no se extraía durante la momificación, ya que se requería para el juicio del difunto frente a Anubis.
Pensadores como Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás fueron defensores de la teoría cardiocentrista, que situaba al corazón como el centro de sentimientos, pensamientos y alma, en oposición a aquellos que sostenían que el cerebro era el asiento de la personalidad y la individualidad del ser humano.
En un contexto cultural diferente, los griegos de Cyrene, por el siglo V a.C., imprimían corazones, como los actuales, en sus monedas para representar la silfio, una planta altamente valorada por sus propiedades, incluidos sus atributos afrodisíacos, desaparecida debido a la sobreexplotación.
Con la llegada de la era barroca, la simbología del corazón evolucionó dentro del cristianismo para representar el amor divino puro, ejemplificado en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Este símbolo encapsulaba la cruz, la corona de espinas y la lanza de Longinos que traspasó el costado de Cristo. La representación de este corazón trascendió al convertirse en un culto al corazón de Jesús, resumido en el concepto católico de la cardiomorfosis, que jugó un papel importante en la enseñanza religiosa a los pueblos indígenas.
El corazón sangrante: un símbolo mexicano
En la tradición mexicana, el término yollotl, que proviene de la raíz yoli (vitalidad), encarna un concepto poderoso y sagrado. Este símbolo mesoamericano, identificado como el receptáculo del Teyolia (la esencia que confiere vida) estaba asociado a la memoria, el entendimiento, la voluntad, la creación y emociones como la generosidad y el valor.Como elemento central en la iconografía y literatura, el corazón aparece en diversas formas: en la poesía, en esculturas, códices y como parte de rituales, sirviendo como símbolo, alegoría, ideograma, emblema, insignia o blasón. En la figura de Tonantzin, la madre de hombres y dioses, el corazón se representa con frecuencia. Se le ve en su aspecto de Coatlicue y también como Yollotlicue, vestida con una falda hecha de corazones, en lugar de serpientes. Este corazón se representa también en la tuna, la fruta del árbol de la vida, del nopal que recibió al águila dejando su impronta en el lábaro mexicano.
La práctica del sacrificio de corazones, aunque pueda parecer atroz desde una perspectiva moderna, tenía justificación en el contexto hiperreligioso de los ancestros mexicanos. Se trataba de un acto de reciprocidad con los dioses, donde se ofrecía el corazón como alimento sagrado, el yollotl, esencial para mantener el movimiento del universo.
El Dr. Joseph Louis Capitan desacreditó el mito de que el corazón se arrancaba fracturando el esternón con un cuchillo de pedernal. En su reporte «Los sacrificios humanos por desgarramientos de corazón en el México antiguo», publicado en 1917, explicó que la extracción se hacía mediante un corte en la parte superior del abdomen, con desgarramiento del corazón, porque no era posible extraerlo completo.
El yollotl desmembrado y exudando sangre es un motivo recurrente en el arte de Teotihuacán, apareciendo en los pórticos de Tetitla y Quetzalpapálotl, a menudo en la boca de jaguares, como símbolo de vitalidad y sacrificio.
Este corazón sangrante se relaciona con el triskelion, un arquetipo que emergió espontáneamente en diversas culturas antiguas y que de forma intuitiva representa el movimiento. En la nebulosa del tiempo, nuestro yollotl ha sido el dínamo de nuestro universo, un símbolo de vida, energía y regeneración que sigue vibrando en el corazón de la identidad cultural mexicana.