La ciencia frecuentemente ofrece variadas explicaciones sobre la salida del hombre de África: desde la mejora en la capacidad craneana, la migración de la megafauna herbívora, hasta el cambio climático como la causa más socorrida. En el éxodo humano, se discute ampliamente sobre las varias oleadas de emigrantes, y la supervivencia del linaje genético de una sola madre mitocondrial. Las rutas seguidas por estos viajeros se han podido conocer con certeza, a través de excavaciones y pruebas de ADN, reconociendo incluso hasta dónde llegaron los peregrinajes fallidos.
No obstante, se suele omitir el hecho de que hubo tribus que no abandonaron el Edén, sino que prosperaron poblando África exitosamente al contrario de aquellos que salieron y estuvieron cerca de la extinción. Es el caso de la cultura Khoisan, la más antigua de la humanidad con 130 mil años, que aún prevalece en África. Los Khoisan son portadores de la mayor diversidad genética, con un singular lenguaje de chasquidos y una fisonomía distinta, con sus rasgos mongoloides, pelo rizado en gránulos y baja estatura. Las características físicas de sus mujeres, particularmente la hipertrofia de la labia, nalgas y pechos exuberantes, sorprenden por su semejanza con las Venus esteatopigias o paleolíticas, venerados arquetipos de belleza y fertilidad por sus órganos sexuales prominentes y reservas de grasa que aseguraban la supervivencia de sus descendientes.
Esta impronta de belleza, a pesar de la obsesión occidental por la delgadez de las Venus Calipigias de nalgas magras, rescata recuerdos atávicos. Frente a una mujer Khoi resucita la imagen de un arquetipo de hermosura permanente, casi olvidado pero eterno y palpable… solo hay que viajar a Brasil… para revivirlo.
La ciencia del exterminio
En una tienda de mapas antiguos de Dallas, nos encontró un grabado de 1857, la pieza más antigua de nuestra pinacoteca. Existían dudas sobre su autenticidad. En el centro del mapa, el retrato de una mujer de la etnia Khoi, ubicada en Sudáfrica, fue lo que definitivamente capturó nuestro interés y justificó su adquisición.
La fascinación por este impreso llevó a investigaciones que concluyeron en el hallazgo de la obra que lo contenía, Indigenous Races of the Earth, en la biblioteca del Congreso de la Unión Americana, adquirimos una copia facsímil del texto, la cual hemos integrado a nuestra colección.
Sorprendentemente, en la historia, los prejuicios de la ciencia han promovido ideas perversas, que provocan poderosas influencias en la sociedad cuando están respaldadas por gobiernos o grupos con intereses imperialistas.
Tradicionalmente, el control sobre el conocimiento y las creencias populares ha sido dominado por la alianza gobierno-religión. No obstante, surgieron las sociedades científicas modernas –nacidas de individuos diversos sin apenas imposición del poder estatal– llamadas academias, como la Accademia dei Lincei, impulsada por un aristócrata de la Umbría, miembro de un jardín botánico, biblioteca y colección, e integrada por notables como Giambattista della Porta y Galileo Galilei. Este ámbito propició grandes avances como los Principia de Newton, marcando un antes y después en el progreso de las ciencias y las humanidades. Destacando entre todas, la Academia de Berlín, fundada en 1700 por Leibnitz, tomó prominencia y no tardó en llamar la atención de aquellos ávidos de control. Este periodo se denominó el siglo de las academias, estableciendo un paradigma donde el absolutismo ilustrado ejerció influencia incluso en aquellos que propugnaban la libertad de pensamiento.
El escrutinio crítico también falló en una incipiente ciencia americana, inicialmente vista con desconfianza, si no con desprecio por parte de Europa. Sin embargo, esta actitud cambió al converger los intereses imperiales y racistas en el ensayo sobre la Crania Americana (1839), obra de Samuel George Morton. El libro fue jubilosamente acogido en Londres, y Darwin mismo elogió a Morton como un erudito en razas. Su publicación, de solo 500 ejemplares, era un lujo exclusivo de las instituciones más pudientes, pero luego versiones más accesibles «ilustraron» a un público ávido de un sentido de superioridad y de una justificación científica para la creencia en un derecho a colonizar y explotar a las «razas inferiores» por la raza suprema, que según la clasificación de Linneo sería la del Homo Europaeus.
Estas perspectivas, promovidas con fervor, serían parte de una cultura que justificaba y fomentaba el dominio colonialista. En la historia estadounidense, Crania Americana se señala como un factor en la legalización del genocidio de los nativos americanos en la Indian Removal Act presidida por Andrew Jackson, convirtiendo a esclavistas y colonizadores en mecenas de un exterminio.
Finalmente, estas nociones de aniquilación y enajenación cultural, no se limitaron a los preceptos caucásicos. Fueron adoptadas y promulgadas por naciones emergentes. Nuestro país no fue la excepción. El desplazamiento y exterminio de pueblos originarios, especialmente en las regiones del norte, para despojarlos de sus tierras, comenzó en la era del Porfiriato y continúo con justificaciones impulsadas por algunos protagonistas de la Revolución Mexicana. Usaron el disfraz de orden y progreso para justificar acciones que se alineaban más con las prácticas colonialistas que con los ideales de libertad y justicia social. La ambición por territorios y recursos naturales predominó sobre el respeto por la cultura y derechos de los pueblos indígenas, perpetuando así un legado de discriminación y racismo..