La extinción del peyote

POR Joaquín Trejo
/ Dic, 2024
Del teonanácatl al cuerpo de Cristo

La generación de Vietnam se caracterizó por su poderoso mensaje antibélico y por una libertad sin precedentes para cuestionar la sociedad establecida por sus padres. Este deseo de ruptura con la vida adulta tradicional llevó a los jóvenes a explorar movimientos como el New Age y la «era de acuario», una nueva etapa astrológica que se consideraba iniciaría en el siglo XX y traería al mundo una era de amor, paz e igualdad en todos los ámbitos: racial, social y económico.

En su búsqueda de alternativas a la sociedad convencional, la contracultura juvenil se aferró a diversas ideas que iban desde la astrología y las filosofías orientales hasta el yoga y las drogas que prometían “expandir la consciencia”. Uno de los detonantes de la fascinación por estas prácticas alternativas fue un artículo de la revista Life de mayo de 1957, que describía la experiencia del consumo de hongos sagrados –guiada por María Sabina– del vicepresidente del influyente banco J. P. Morgan de Nueva York.

La fama de María Sabina alcanzó su apogeo en la década de 1960. Artistas, músicos, investigadores y escritores de renombre acudieron en busca de los hongos que históricamente se habían utilizado para la curación, pero que ahora eran objeto de deseo para “viajes” de naturaleza recreativa. María Sabina lamentó haber compartido sus “niñitos” con extranjeros, ya que esto llevó a una invasión de la sierra mazateca por parte de personas más interesadas en intoxicarse que en respetar la tradición espiritual. Murió en la miseria, repudiada por su comunidad, que la responsabilizaba del abuso y de haber corrompido una tradición milenaria.

El peyote –cuya denominación náhuatl es péyotl o péyutl, que significa “corazón” o “capullo de gusano”– que ha sido consumido milenariamente por pueblos indígenas como los mexicas y huicholes, así como por los nativos americanos del sur de Estados Unidos, no se libró de este fenómeno. Aunque la cactácea era conocida en Europa desde el siglo XVIII y su principio activo, la mezcalina, fue sintetizada en Alemania en 1897, fue el libro “Las enseñanzas de don Juan” editado en 1968 lo que desató su maldición moderna.

Carlos Castaneda, el autor, a menudo considerado un impostor, narraba historias ficticias de nahualismo y chamanismo, presentándolas como hechos reales y describiendo el uso de peyote y hongos en viajes espirituales. El impacto de su obra fue profundo en la juventud y la cultura popular de los 70, influenciando figuras como George Lucas, Oliver Stone y los hermanos Wachowski. Sin embargo, el verdadero daño se observó en las comunidades huicholas, donde las invasiones en busca del cactus siguieron al éxito de ventas del libro.

Esta explotación impulsiva no solo puso al peyote en peligro de extinción, también distorsionó la tradición original de sanación y comunicación con los antepasados, en favor de la búsqueda de estados alterados de conciencia, exacerbando la vulnerabilidad del ya frágil ecosistema desértico y la depredación continua. La Iglesia Nativa Americana de Canadá, una fusión entre cristianismo y creencias indígenas formada alrededor de 1900, consume más de medio millón de peyotes con una congregación de menos de doscientos cincuenta mil fieles.

La desaparición del peyote y los hongos significaría la pérdida de una tradición profundamente arraigada. Estos enteógenos, sustancias alucinógenas utilizadas en contextos chamánicos, son parte de una teoría antropológica conocida como la hipótesis del “mono drogado”, que sugiere que el consumo de sustancias psicoactivas pudo haber jugado un rol en la evolución de los homínidos, provocando desde la estimulación de la libido y un incremento en la reproducción hasta la mejora de la agudeza visual para la caza, la estimulación de la capacidad vocal, la sinestesia y las experiencias religiosas.

El consumo de estas sustancias no es un fenómeno reciente; hay pruebas de su uso en enterramientos de más de tres mil años de antigüedad en una cueva de Menorca. Y también, en California, se descubrieron pinturas rupestres de carácter psicodélico junto a restos de plantas masticadas conocidas por alterar la percepción. Estos hallazgos apuntan a la larga relación entre humanos y enteógenos, y resaltan la importancia de preservar no solo las especies en sí, sino también el conocimiento ancestral y las prácticas culturales que han girado en torno a ellas. La extinción del peyote no solo sería una pérdida biológica, sino también un golpe al patrimonio cultural de la humanidad.