Las culturas grecorromanas dieron inicio a la clasificación de las artes, siendo la más conocida la de Claudio Galeno, el pergameno, que las dividió en vulgares y liberales. Estas categorizaciones no escaparían de la insidiosa costumbre humana de ensalzar las prácticas de las aristocracias y menospreciar las labores del hombre común. Así, los trabajos esenciales para la supervivencia de la sociedad fueron etiquetados como artes mecánicas… o vulgares, por ejemplo, el antiguo oficio de la forja, clave en la guerra, la agricultura y la vida cotidiana.
Originalmente, el término vulgus aludía al conjunto del pueblo y, con el tiempo, derivó en el adjetivo «vulgar», cargado ahora de un matiz despectivo que implica lo ordinario y de mal gusto. En contraste, el concepto de «liberal», que inicialmente identificaba a aquel individuo libre que no era ni esclavo, ni siervo, ni plebeyo, se transformó radicalmente con la llegada de la Ilustración. La esfera política terminó por secuestrar el término, otorgándole un nuevo significado que resalta a la persona que proclama y defiende la libertad. Podríamos decir que una definición moderna de «liberal» es: «aquel que siempre trae en la boca la palabra libertad».
Solo aquel varón que demostrara sentimientos y actos sublimes, el liberal, era considerado capaz de apreciar las bellas artes. Como ejemplo de la importancia de las artes mecánicas, se puede citar la anécdota de los pioneros que, frente al embargo de clavos por parte de los ingleses, quemaban sus casas para recuperar y reutilizar los preciados clavos forjados.
La discriminación hacia las artes mecánicas perduró hasta el siglo XVII, momento en que la Enciclopedia proclamó la igualdad entre las artes mecánicas y las bellas artes. Este cambio de perspectiva se potenció a medida que movimientos como el Art Nouveau, la Bauhaus y el Arts and Crafts ganaban prominencia, y las ferias mundiales empezaron a exhibir avances tecnológicos. A partir de entonces, industrias de consumo masivo integraron a artistas en sus procesos de producción, marcando un punto de inflexión en el que las antiguamente llamadas bellas artes comenzaron a ser sometidas por las vulgares en términos de valor social y económico.
La casa Coatepantli es un ejemplo contemporáneo que ha integrado numerosos elementos estructurales producidos en nuestros talleres, como: rejas, barandales, escaleras, tapancos y techumbres de jardines, también mueblería. Estas piezas, que no buscan ser clasificadas como arte, han demostrado ser sumamente funcionales y necesarias.
Para concluir, es crucial recordar el humilde clavo, forjado por algún herrero, que fue y continúa siendo uno de los inventos más poderosos de la humanidad. Este testimonio de las artes mecánicas, a menudo subestimado, subraya cómo incluso lo más mundano puede tener un impacto profundo en la evolución de nuestras sociedades.